03/02/2014
María Camila Morales
Pese a que en Argentina la
matemática kirchnerista lograba superar todos los imposibles financieros,
parecería que la realidad le ganó a la ficción económica. El país, como dice el
tuit de @Darott no se puede seguir “emparchando con curitas porque es el
Titanic”.
La pérdida de reservas
internacionales, la devaluación, la inflación, el desempleo y el déficit
energético sin olvidar el aumento de la pobreza y la inseguridad vuelven a
golpear a los argentinos. Una historia que se repite con banderas políticas e
ideológicas diferentes pero que encuentra de forma cíclica terreno fértil en
Argentina.
Sin embargo, con cada colapso
económico, los gobiernos denuncian
culpables diferentes. Esta vez el turno es para los “conspiradores económicos”.
Un grupo heterogéneo que en el imaginario kirchnerista incluye a los
exportadores de cereales, a China, a la oposición de derecha, a las
multinacionales, a los fondos buitre incluso a los vendedores de dólares en la
calle Florida.
Todos ellos serían los responsables,
según el ministro de Economía, Axel Kicillof y su jefa Cristina Kirchner, de
impedir que funcione el modelo progresista del peronismo.
En el análisis de los desafíos del
ministerio que asumía, Kicillof declaró en diciembre pasado que “la
reindustrialización trae tensiones”. Pero, ¿por qué Argentina llegó al punto de
tener que hablar de reindustrializar cuando ya era un país que tenía un tejido
industrial envidiado por el resto de los latinoamericanos?
Porque así no lo quieran admitir, la
estatización que lideró Néstor Kirchner en el 2003 como prioridad para el desarrollo
fue un error. Se detuvo la inversión en el país, se acabó el capital y aumentó
el desequilibrio del gasto público.
No cabe duda que los inversionistas
extranjeros hacen negocios para enriquecerse y sus contratos tienden a reflejar
ventajas para ellos. No actúan sin ánimo de lucro porque de lo contrario
competirían con las obras de caridad.
Sin embargo, ¿no era más rentable renegociar
con los inversionistas, crear un nuevo ambiente comercial con reglas más sanas
en vez de declararlos personas usureras y no gratas?
En Argentina, con pocas excepciones,
la inversión extranjera se ha ido (o la ahuyentaron) y ahora le sigue sus pasos
también la inversión nacional, la cual no aguanta más ni las amenazas ni las
restricciones que imponen los ministros de Cristina Kirchner. Además, el peso
ya no lo quiere nadie, porque la incertidumbre monetaria no es garantía ni para
el ama de casa ni para las petroleras.
El dólar vuelve una vez más a ser la
moneda refugio para los argentinos. No es una presión cultural hacia dicha
divisa como denunciaba Kicillof en el diario Página/12, es simplemente el resultado de su nefasta historia
económica. La repetición de las devaluaciones
y de la hiperinflación despierta en los argentinos la reacción (natural)
de querer proteger el valor de su patrimonio. El problema es que dólares
tampoco quedan ya en Argentina.
La pesca milagrosa de la moneda
norteamericana, llevó al presidente de la estatal YPF a Malasia, a ofrecer una participación en Vaca Muerta a la empresa Petronas. La reserva de gas
más importante del continente como anzuelo para atraer millones de dólares. Incluso, Miguel Galuccio, ha ido a tocar las puertas de la tercera petrolera privada más
grande del mundo, Chevron, para convencerla del potencial argentino.
Unos nuevos “socios” extranjeros que
seguramente no serán ni menos imperialistas que Shell ni menos ambiciosos que
Repsol.
¿Por qué no entienden los populistas
que el capitalismo es ahora el mismo en Estados Unidos, Rusia e incluso en
China? Pero sobre todo ¿cuándo comprenderán que Argentina no debe estar
condenada a vivir cada década un absurdo tango económico que se baila entre
crisis y bonanzas?
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