18/06/2013
María Camila Morales
La calle quiere cambios. Los jóvenes
que salen a protestar contra el gobierno de Dilma Rousseff gritan: ¡Brasil
despertó! El país no veía una ola de manifestantes y de violencia de tal
magnitud desde hace más de 20 años. Pero más grave aún, las autoridades no
saben realmente cómo reaccionar ante la situación.
Pese a ser la sexta o séptima economía mundial
y el ejemplo latinoamericano de desarrollo y justicia social, Brasil está
siendo víctima de sus propias aspiraciones.
Los índices económicos publicados el
domingo en primera página del periódico O Globo, ilustran la complejidad de la
realidad brasileña. Si el país va tan bien como aseguran los expertos, ¿por qué
el dinero no alcanza, los precios aumentan sin control y la corrupción no
disminuye?
Según datos oficiales la inflación
en el último año ha sido del 6.5%. Pero la realidad de los hogares es muy
distinta. El gasto total habría subido hasta un 25% comparando datos del IBGE
(Instituto Brasileño de Geografía y Estadística) y encuestas a las familias.
Y en cuanto a la industria nacional
empieza a faltarle oxígeno debido a la política monetaria de un real fuerte.
En efecto Brasil pareciera El Dorado
en medio de la crisis mundial pero no debemos olvidar que la gran mayoría de
ciudadanos no tiene sueldos con cuatro dígitos. Por el contrario, el salario
mínimo que autorizó Dilma Rousseff fue de 678 reales (313 dólares).
Nadie podrá negar los logros de Lula
y del Partido de los Trabajadores (PT) y el impulso que generó para la economía
nacional. Durante su presidencia sacó a más de 20 millones de la pobreza
extrema. Además dinamizó la clase media la cual vive el frenesí del “shopping”:
ropa, vivienda, turismo, electrodomésticos y automóviles.
El consumo interno aumentó. Pero más
que construir un país de clase media pujante, lo que Brasil (Lula+Dilma)
parecía haber logrado era conciliar capitalismo e inclusión social.
Sin embargo, siguen existiendo
importantes vacíos que ponen en riesgo la estabilidad macroeconómica y la
tranquilidad del país.
Las tasas de interés son las
segundas más altas del mundo. Y el proteccionismo impide toda innovación a bajo
costo. Sin hablar del real que penaliza las exportaciones frente al dólar.
Según el World Economic Forum, Brasil ocupa el puesto 53 en materia de
competitividad.
The Financial Times, advierte que Brasil no
puede seguir creciendo sin infraestructura y sin mejorar el nivel de sus
servicios públicos. Aeropuertos, carreteras, hospitales y puertos tienen que
reflejar la expansión económica que ha
vivido en la última década. Brasil en dichas materias está congelado en el
tiempo.
No podemos dejarnos morir en un
hospital público por falta de atención, insistían los jóvenes de Río de Janeiro
que salieron a exigirle a Rousseff reorientar la inversión federal. No queremos
pasar cuatro horas para ir a trabajar en autobuses que siguen subiendo sus tarifas
en Sao Paulo replicaban los paulistas. Y la calle tiene la intención de no
bajar la guardia.
Por el momento desean evitar que los
llamen “Indignados”, o que los describan como copia tropical de la Primavera
Arabe o de Occupy Wall Street. Aseguran a los periodistas ser un movimiento
pacífico “apolítico” por la recuperación económica y moral del país. Bajo el
lema “Passe Livre” esperan también que los extremistas no tiñan con sangre sus
reivindicaciones.
Brasil no vive hipnotizado por el
fútbol como lo pretendería Joseph Blatter. El presidente de la FIFA declaró que
“el fútbol es más fuerte que la insatisfacción de la gente”.
Una desconexión que no es ajena al
lujoso mundo del deporte internacional y a sus longevos patrones. Justamente el
Mundial y las Olimpiadas son dos eventos que han complicado la agenda social
del PT.
La inversión que se ha implementado
en ocasiones pareciera broma. Un estadio de más de 500 millones de dólares para
Brasilia, ciudad que ni siquiera tiene equipo de fútbol. Y no es un ejemplo
aislado, es otro caso de ambiciones faraónicas (y corrupción) que enfurecen a
la calle la cual quisiera ver ese dinero en salud, seguridad y un mejor futuro
para los jóvenes.
Además con la emoción deportiva se
han multiplicado los precios artificiales que comprometerán aún más la inflación.
Los hoteles en Río de Janeiro son más costosos que en Nueva York, Londres o
París.
Los correctivos ante el
recalentamiento de la economía no dan espera en Brasil (elecciones
presidenciales 2014) y de la mano debe llegar igualmente un pacto moral y el
fortalecimiento democrático. Reorientar la hoja de ruta gubernamental tiene que ser
una prioridad antes de que se acabe la fiesta con dolor.