María Camila Morales
Nadie se hubiera
imaginado que una minoría electoral sea la que vaya a decidir el futuro de “the greatest nation on earth”. Según el último censo, en Estados Unidos hay 53 millones
de latinos (17% de la población) de los cuales 13 millones pueden votar en
noviembre. Para bien o para mal, el voto latino tendrá la última palabra tanto
en el partido republicano como en el demócrata.
Esa comunidad que desprecia
Donald Trump, que niega Ted Cruz, que confunde Marco Rubio, que defrauda Hillary
Clinton y que conmueve a Bernie Sanders, será la encargada de decidir no
solamente el nombre del próximo presidente de Estados Unidos sino la hoja de
ruta del bipartidismo norteamericano.
Después de la primera
victoria de Barack Obama (2008), las proyecciones electorales ya advertían que para
llegar a la Casa Blanca se tiene que ganar el 40% del voto latino.
Un cálculo que debía
generar dos ejes de acción tanto para demócratas como para republicanos:
incluir la específica problemática de dicha minoría (por ejemplo, los latinos
tienen los índices más altos de abandono escolar) en las agendas nacionales de
los partidos. Además promover el liderazgo de los jóvenes latinos en el seno de
las tradicionales maquinarias políticas locales. Hasta el 2015 hubo que esperar
para que Rocío Treminio López, fuera elegida alcaldesa de Brentwood en
Maryland. Es la primera mujer centroamericana en ocupar el cargo en una
localidad donde los hispanos superan el 45% de la población.
Sin embargo, lo que
demuestra la carrera presidencial del 2016, es que falló la lógica de inclusión
y se impuso el repudio.
Del lado demócrata, los
votantes latinos no perdonan el incumplimiento de la prometida reforma
migratoria de Obama. A la que se suma el número récord de redadas y
deportaciones de indocumentados durante sus dos mandatos (casi dos millones).
Una decepción enorme que no se traducirá necesariamente por un canje de voto a
los republicanos, sino por su ausencia en las urnas. La famosa abstención que
había caracterizado a la comunidad en el tiempo de los Bush y que perjudica tanto a Hillary como a Sanders.
Pero sin voto latino,
un candidato también tendría posibilidades de llegar a la Casa Blanca.
Según encuestas en Iowa,
New Hampshire y Carolina del Sur, hay una baja del 22% de la participación de
los demócratas en las primarias y asambleas vecinales (caucus) de dicho
partido. En Nevada, el principal sindicato de los Trabajadores de la Cocina
(57.000 afiliados y más de la mitad son latinos) no dio su respaldo ni a
Hillary ni a Sanders. Tampoco pidió salir a votar.
Mientras tanto en el
lado de los republicanos aumentan los votantes y sube el rating de sus debates
televisivos. El nuevo patriotismo que encarna Donald Trump, con su bandera anti-inmigrantes,
toma cada vez más fuerza. No solamente entre los blancos sin estudios
universitarios (poorly educated people), sino también en la comunidad hispana. El magnate neoyorquino lo
había dicho: “ellos me aman”. Ellos, en Nevada, fueron 46% de los latinos
conservadores.
El voto latino de
segunda y tercera generación es al que le apuestan tanto Trump como Cruz y
hasta en cierta medida Rubio. Un segmento del país que se preocupa tanto o más
que el resto de conservadores por el trabajo, el alza de los impuestos, el
libre mercado y los valores cristianos. Rechazan a los indocumentados y no
hablan español. Es un sector de la sociedad que no quiere tener distinciones
por su etnicidad sino ser parte de una nación que progresa gracias a la
autoridad. Electores que pretenden demostrar una asimilación lograda con un
voto radical.
Después de la derrota
de Mitt Romney en el 2012, los pronósticos se equivocaron en cuanto a las
reacciones del llamado voto latino. El ex precandidato republicano, Jeb Bush,
lo sabía. Por eso insistió en su latinidad hablando en español: “sin ellos
perdemos con ellos cambiamos”. Pero, ¿cómo y hacia qué dirección del espectro
político?
Todo parece indicar que
para las presidenciales del 2016 sin ellos será la derrota que paguen los demócratas
por haberlos traicionado dos veces con la amnistía migratoria. Y con ellos, los
republicanos justificarán su discurso
extremista y gran triunfador del nuevo “nativismo”
estadounidense.