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jueves, 20 de noviembre de 2014

¿Condenados a la guerra en Colombia?


18/11/2014

María Camila Morales

Nada más aburrido para un escritor que repetirse, nada más frustrante para un periodista que comprobar cortinas de humo y nada más indignante para un ciudadano que ser menospreciado por sus gobernantes.

Así se puede resumir la reacción y sentimiento ante el secuestro, por parte de las FARC, el pasado domingo 16 de noviembre, del general Rubén Darío Alzate y dos de sus acompañantes.

No hay justificación para “privar de libertad” a nadie y menos cuando se supone que la guerrilla y el gobierno colombiano están intentando un acuerdo de paz. En efecto, la guerra sigue, como lo advirtió el presidente Juan Manuel Santos, cuando sus enviados se sentaron hace dos años en Cuba con las FARC. Pero el Derecho Internacional Humanitario se debe cumplir incluso en medio de las balas.

Un punto fundamental que las llamadas fuerzas revolucionarias no logran entender: el secuestro no es una simple retención, ni es una excusa para capturar prisioneros. Es una barbaridad inaceptable.

Los representantes del Secretariado Central, es decir la vieja guardia ideológica que está discutiendo en La Habana, siguen con un discurso congelado en el tiempo, donde la insurgencia goza, al parecer, de derechos y privilegios en un sistema internacional que ya no tolera su existencia. Pero esa época se acabó puesto que sus crímenes tendrán las mismas sanciones que aquellos perpetrados por los ejércitos y autoridades. Además la violencia, con tintes terroristas, ya no hace parte de la agenda permisiva de la política del socialismo mundial.

Puede que las FARC devuelvan al general Alzate (al igual que a sus acompañantes y a dos soldados más secuestrados en Arauca) pero, ¿qué valor tendrá la palabra de la guerrilla en lo que queda de la negociación? Sin duda, “el incidente” o “la crisis” demuestra varias grietas en este interminable proceso.

La primera: la falta de coordinación entre las partes involucradas y sus  hombres en el terreno de batalla. No solamente va adquiriendo fuerza la teoría según la cual al Secretariado Central no le obedecen todos los frentes guerrilleros. En particular, aquellos más sanguinarios que se aliaron con carteles de narcotraficantes y bandas criminales (Bacrim) en la costa Pacífica. ¿Se acabó la unidad de mando?.

También pasa de rumores a afirmaciones anónimas, el descontento del ejército colombiano con las negociaciones de paz. Tan sorprendente fue la cara de preocupación del jefe de la delegación de las FARC, Iván Márquez, como fue inverosímil el tuit del presidente Santos preguntando qué estaba haciendo su general en el departamento de Chocó sin protección.

La segunda: el irrespeto a los secuestrados, a sus familias y a los colombianos. Tanto por parte de las FARC, en especial a través de su agencia de noticias ANNCOL como por parte del gobierno con un manejo de redes sociales irresponsable. Nadie busca que los secuestren, los adjetivos a las víctimas en el dolor son ofensivos y las amenazas son incoherentes en un ambiente de acercamiento y confianza que se supone llevan construyendo desde hace dos años. 

Nuevas fracturas que se suman a las dudas casi genéticas con las cuales nació el proceso. ¿Qué tanta expresión revolucionaria les queda a la guerrilla en Colombia y qué tanta ha sido reemplazada por el negocio del narcotráfico y la extorsión?. ¿Qué le puede ofrecer el gobierno de Juan Manuel Santos a la base de esa guerrilla de las FARC (ocho mil combatientes) que tendría que dejar las armas, el secuestro, el  reclutamiento de menores de edad y el narcotráfico?

Es hora de repetirse porque las cifras no cambian: los integrantes de los frentes guerrilleros tienen un promedio de edad entre 18 y 26 años. Según las estadísticas generales del país (DANE), el desempleo de esa franja a nivel nacional alcanza el 20.9%. Abandonarán la lucha armada y después ¿cuál será su futuro?

Las FARC, tienen un millonario negocio con el narcotráfico. Así lo nieguen, el dinero les permite seguir el combate contra el ejército pero también es fuente de empleo para sus milicianos y de riqueza para varios de sus comandantes

El factor tiempo es ya un tema insostenible. La paz es un anhelo colectivo pero la paciencia de los colombianos tiene sus límites. Probablemente no salgan a la calle, como en el 2008 a gritar no ¡más FARC!, pero a los ciudadanos les quedan otras alternativas para oponerse.

La paz tendrá que ser refrendada por los colombianos. Lo aclara cada vez que puede Santos: “con las FARC nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Se refiere a que la agenda temática de La Habana que se dividió en cinco puntos fundamentales, pasará a lo último por la aprobación del pueblo. Justamente, la falta de calendario preciso, sumado al alargue permanente y a las “crisis” están desgastando el apoyo popular y podría ser fatal para avalar la paz.

Juan Manuel Santos aseguró hace dos años que el éxito de este nuevo intento radicaría en tres puntos: primero, aprender de los errores del pasado para no repetirlos; segundo, cualquier proceso tendría que llevar al fin del conflicto y no a su prolongación; y tercero, mantendría las operaciones y la presencia militar sobre cada centímetro del territorio nacional.

Por eso en el 2012, LatinoaméricaHoy se preguntaba ¿qué as bajo la manga tendría el presidente Juan Manuel Santos para apostarle a la paz, con una guerrilla que en el pasado había abusado de la confianza de los promotores de una negociación para poner fin a la guerra. (El Cagúan fue en 1998 el último intento dentro de una serie de fracasos).

Hoy pareciera que el mandatario colombiano no tiene ases en su juego; en cambio, la guerrilla sigue faroleando (bluff de poker) con la paz y con una predilección por mostrar sus picas no solamente en la mesa.