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miércoles, 25 de junio de 2014

Durante el mundial no todo está permitido

25 junio 2014
  
María Camila Morales

La fiesta mundialista está en pleno y el tema obligatorio es el fútbol en América Latina. Se olvidan los problemas de la vida cotidiana durante 90 minutos con la emoción de los partidos y el orgullo patrio.

En las calles hay banderas, en las radios suenan los himnos, los nervios con las lágrimas se confunden y como lo quisiera la publicidad de una bebida popular: el deporte nos une.

Pero cada día, al lado de las fotos de los goles latinoamericanos hay un titular para lamentar: la actitud de los hinchas.

No solamente hay que rechazar los festejos con licor y las riñas. El uso de gases lacrimógenos para separar los puños de brasileños en Belo Horizonte ya no es una excepción.

Los muertos ahora hacen parte del balance que hay que temer después de cada partido. En Colombia ya se contabilizan más de nueve víctimas con los triunfos de la “tricolor” en Brasil. No se debe generalizar el  salvaje comportamiento de ciertos borrachos, pero si es escalofriante pensar que no se pueda celebrar una victoria deportiva sin sangre.

El exceso de alcohol es, al parecer, la explicación para la violencia callejera. Por esta razón en ciertas ciudades de Colombia, han decretado la llamada ley seca, es decir que no se venderán bebidas alcohólicas durante el día que juega la selección nacional. Las autoridades además impondrán sanciones por el porte de armas. Las absurdas balas perdidas, que genera una alegría alicorada, son otra preocupación.

La batalla campal que protagonizaron cerca de cien hinchas chilenos que intentaron colarse al Maracaná no tiene la excusa de “la ingesta descontrolada de licor” sino de fanatismo según autoridades locales.

En cuanto a los insultos a los adversarios el racismo ahora compite con la homofobia. De nada sirven las explicaciones de las barras mexicanas respecto a sus cantos humorísticos. Gritarle “puto” a un jugador es “desprecio, rechazo, estigma y minusvaloración” según el Consejo Nacional para la Prevención de la Discriminación. No tienen ninguna tradición válida sino que demuestran un aumento de la intolerancia y generan más tensión en las tribunas.

Si la FIFA considera que corear improperios (puto significa maricón) “no es un insulto en este contexto específico” y aporta popularidad al fútbol, pues una vez más está equivocada.

La televisión no ayuda para la promoción de un momento familiar en el fútbol. ¿Por qué ciertos comentaristas tienen que denigrar a las mujeres con sus observaciones? Nadie reacciona en Argentina cuando el actor Puma Goity al escuchar el análisis futbolístico de una periodista la felicita y agrega: “¡y además cocina!”.

Tampoco es motivo de desaprobación cuando un espontáneo dice en directo al canal C5N a una presentadora: “las mujeres ahora parecen haberse agregado a esta cuestión de saber de fútbol”.

En Univisión, hablar de Viagra y su inutilidad en las playas de Ipanema es ofensivo a la hora de narrar un partido. ¿Acaso describir el paisaje de Brasil o el ambiente festivo es imposible sin el uso de vocabulario soez y misógino?. Si consideran los televidentes que es normal, América Latina no podrá romper con el machismo que tanto daño causa a su población.

Los camarógrafos de la Copa del Mundo insisten en imágenes de agraciadas mujeres durante los recesos o los momentos aburridos. Las  vestimentas en las tribunas son irrelevantes a la hora de apreciar el juego bonito. Si es el caso de ponerle morbo al deporte, entonces, ya que hay tantos hombres en la cancha, ¿por qué no muestran en la televisión todas las bondades físicas de algunos futbolistas o de los entrenadores?

El mundial en efecto es un carnaval pero no hay que dejarnos ganar por la irresponsabilidad. Por el contrario, sería el momento de un compromiso firme para luchar contra la violencia física y verbal que gana cada vez más terreno y adeptos en los estadios del mundo. Y sería además un aporte importante para fomentar la cultura ciudadana y la convivencia pacífica que tanto falta en la región.

Si bien el fútbol permite a los ciudadanos soñar con imposibles, no debe ser excusa para más comportamiento antisocial, racista y sexista y ante todo, no puede dejar más luto en América Latina. 


martes, 3 de junio de 2014

Repúblicas bananeras del siglo XXI

03/06/2014

María Camila Morales

Describir a varios países de América Latina como repúblicas bananeras a finales de los años noventa era percibido como un insulto. Un agravio que hacía enfurecer a sus dirigentes los cuales aclaraban que la democracia había llegado a sus tierras, que no eran súbditos de Estados Unidos y que las sociedades latinoamericanas respetaban los Derechos Humanos.

Que gran mentira le han vendido los políticos tanto de derecha como de izquierda a sus electores. Seguimos siendo repúblicas donde el poderoso (oligarca o no) gobierna para intereses particulares y el bienestar del pueblo es el telón de fondo de sus inconsistentes discursos.

Ningún gobierno del continente se salva de la pobreza, de la corrupción de sus políticos, de la desigualdad de ingresos, de la incompetencia del sector público, de la infiltración del narcotráfico, del abandono rural o de la inseguridad ciudadana. Los grados de estos males son diferentes en cada país pero son una realidad.

Si en el pasado los campesinos protestaban contra los excesos de las compañías bananeras, hoy indígenas y agricultores expresan con violencia su repudio hacia las multinacionales mineras y los latifundistas.

En cuanto a la división de poderes, que se supone protege al ciudadano de cualquier abuso por parte del Estado, es una utopía latinoamericana más. Si el Ejecutivo es autoritario o poco legítimo, la rama legislativa y la rama judicial se han convertido en extensiones de dichas presidencias sin transparencia, rigor o imparcialidad. Sería prudente no generalizar pero pocos ejemplos existen para probar lo contrario.

El resultado es el desencanto político por parte de la sociedad. Un hastío que a largo plazo, podría transformarse en un rechazo de la misma democracia que tanto anhelaba el continente.

Razones de sobra tienen los latinoamericanos para su apatía electoral. Porque así no lo quieran aceptar sus dirigentes, la economía no es el único aliciente para ir a votar. Panamá crece más del 7% anualmente y el nuevo presidente, Juan Carlos Varela, logró apenas 39% en la votación.

Hoy en día, los ciudadanos convocados a las urnas deben decidir “por el menos malo” o por el que toca “para no quedarse sin trabajo”.

No sorprende entonces que los niveles de abstención lleguen en unos países a superar el 50% como en Chile mientras que en otros se crean presidencias vitalicias, como en Venezuela, con un voto fanático.

Tal vez, en las repúblicas bananeras sean aceptables dichos comportamientos electorales pero no en las democracias que los diplomáticos latinoamericanos defienden en todos los foros internacionales.

La debilidad democrática que vive América Latina abre la puerta tanto a regímenes extremistas como a insurrecciones. Pueden tener el color político que quieran, maquillarlos con valores y moralidad pero al final son una amenaza para la libertad.

Y las semillas “bananeras” están ahí aunque no las queramos ver: en México paramilitares dictan sus sanguinarias leyes de seguridad, en Colombia la oposición espía el proceso de paz de La Habana. Mientras tanto en Ecuador, Rafael Correa amenaza directamente a los periodistas. En Argentina, trafican los índices de la inflación con el beneplácito del Ministro de Economía y en Guatemala, Otto Pérez Molina quiere rápidamente cambiar la Constitución para aspirar a otro mandato. El presidente de Perú, delega en su mujer Nadine Herrera reuniones con sus ministros. Sin olvidar Brasil donde  Focus on Congress denuncia abiertamente que 40% de los diputados están siendo investigados por diversos delitos como malversación de fondos en especial debido al mundial de fútbol.

La lista es interminable y francamente desalentadora.

Sin embargo, los esfuerzos por fortalecer la democracia y sus instituciones no se deben perder atemorizando a la gente con la expansión del Castro-Chavismo o con alianzas a los tentáculos capitalistas estadounidenses.  

El mal que aqueja al continente es una ausencia de consenso, de representación cívica y de sentido de compromiso ciudadano a la hora de exigirle a sus gobernantes cumplir con el servicio a la Nación que adquirieron en las urnas. Dejar en las manos de unos cuantos un país no es una solución; es irresponsabilidad que fortalece lo bananero en nuestras repúblicas.