María Camila Morales
Llegó el 23 de marzo y los
colombianos siguen esperando la paz. Coincidió con las vacaciones de Semana
Santa y por eso, sumado a los anteriores fracasos para ponerle fin a la guerra
con las Farc, no hubo reacciones.
La resignación nacional
pareciera no tener fin. No es la primera vez que un anuncio histórico con la
guerrilla fracasa. Aunque las negociaciones no se han bloqueado por completo,
las partes admiten que si están en un “impasse”. Una situación que trae malos
recuerdos y aumenta la incredulidad en Colombia.
En el Caguán en 1999, el
fallecido jefe guerrillero Manuel Marulanda, alias Tiro Fijo, dejó la silla
vacía al lado del presidente Andrés Pastrana, justo el día que se anunciaba el
inicio de las negociaciones de paz. La fiesta se celebró en la zona
desmilitarizada, pero con la inexplicable ausencia de uno de los protagonistas.
Más que un desplante, fue un presagio del comportamiento imprevisible y una palabra
volátil por parte de las Farc. El intento de reconciliación nacional terminó el
2002.
Pero cuando en la pasada
Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Santos se atrevió a
ponerle una fecha a su tentativa de firma de la paz con las Farc: el 23 de
marzo, el incumplimiento adquirió una dimensión internacional. Además se dio un
plazo de dos meses para que la guerrilla, iniciara una dejación efectiva de las
armas.
“En Colombia en menos de seis
meses, repicarán las campanas que anuncien la hora de la paz”, dijo el mandatario,
el 29 de septiembre pasado en la plenaria de la Onu. Y pidió a los jefes de
Estado y de gobierno presentes en Nueva York, sincronizar los relojes de todo
el mundo con “la hora de la paz, la hora de la humanidad”.
Ese discurso fue una
respuesta pública tajante a una serie de acciones violentas y sangrientas de las
Farc, que estaban empantanando las negociaciones en La Habana. Y se entendía como
una llamada al orden en un proceso demasiado lento que había empezado a cojear.
En Nueva York, Santos fijó
líneas de tiempo por primera vez en un proceso que se ha caracterizado por
tener calendario macondiano. Ya van más de tres años, y la firma no se plasma
en ningún acuerdo.
Si bien no hay un modelo a
seguir en materia de procesos de paz, en la metodología de toda negociación,
prima el respeto de las fechas. Los plazos permiten avanzar y dar credibilidad
a lo que se pacta y se discute. La falta de calendario concreto ya había sido la
principal crítica del ensayo del Caguán. Los alargues y los aplazamientos dañan
el ambiente, no solamente “in situs” sino en el país, el cual se empieza a
cansar de un proceso interminable plagado de excusas.
Las explicaciones que se han
filtrado no son alentadoras porque lo que reina es la desconfianza entre las
partes. En los detalles se esconde el diablo, dice un proverbio popular, pero
al diablo hay que agarrarlo por los cuernos, de lo contrario serán 50 años de
negociación por 50 años de sangre.
Si los representantes del
gobierno y los líderes de las Farc siguen en Cuba, escribiendo lo pactado en
la arena, los enemigos de la paz van a soplar como tormenta del desierto.
Mientras en Bogotá, el 23 de
marzo pasó como un miércoles más de Semana Santa, en La Habana, los
negociadores de las Farc se recuperaban de una tarde de beisbol. Relajados,
tranquilos y con atuendo deportivo acorde con la ocasión, prefirieron asistir a
un partido. Sin duda, ese espectáculo era más importante que una reunión
conjunta con los enviados del presidente Santos para responderle a sus compatriotas por los “tropiezos” y
“puntos sensibles” que impidieron un día memorable.
Bella imagen de las Farc
aplaudiendo en un estadio tropical. Sería conveniente refrescarles las
inamovibles reglas: después de tres strikes (intentos válidos de darle a la
pelota), el que batea queda fuera del juego.