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jueves, 24 de marzo de 2016

Las Farc prefieren el beisbol a la paz


María Camila Morales

Llegó el 23 de marzo y los colombianos siguen esperando la paz. Coincidió con las vacaciones de Semana Santa y por eso, sumado a los anteriores fracasos para ponerle fin a la guerra con las Farc, no hubo reacciones.

La resignación nacional pareciera no tener fin. No es la primera vez que un anuncio histórico con la guerrilla fracasa. Aunque las negociaciones no se han bloqueado por completo, las partes admiten que si están en un “impasse”. Una situación que trae malos recuerdos y aumenta la incredulidad en Colombia.

En el Caguán en 1999, el fallecido jefe guerrillero Manuel Marulanda, alias Tiro Fijo, dejó la silla vacía al lado del presidente Andrés Pastrana, justo el día que se anunciaba el inicio de las negociaciones de paz. La fiesta se celebró en la zona desmilitarizada, pero con la inexplicable ausencia de uno de los protagonistas. Más que un desplante, fue un presagio del comportamiento imprevisible y una palabra volátil por parte de las Farc. El intento de reconciliación nacional terminó el 2002.

Pero cuando en la pasada Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Santos se atrevió a ponerle una fecha a su tentativa de firma de la paz con las Farc: el 23 de marzo, el incumplimiento adquirió una dimensión internacional. Además se dio un plazo de dos meses para que la guerrilla, iniciara una dejación efectiva de las armas.

“En Colombia en menos de seis meses, repicarán las campanas que anuncien la hora de la paz”, dijo el mandatario, el 29 de septiembre pasado en la plenaria de la Onu. Y pidió a los jefes de Estado y de gobierno presentes en Nueva York, sincronizar los relojes de todo el mundo con “la hora de la paz, la hora de la humanidad”.

Ese discurso fue una respuesta pública tajante a una serie de acciones violentas y sangrientas de las Farc, que estaban empantanando las negociaciones en La Habana. Y se entendía como una llamada al orden en un proceso demasiado lento que había empezado a cojear.

En Nueva York, Santos fijó líneas de tiempo por primera vez en un proceso que se ha caracterizado por tener calendario macondiano. Ya van más de tres años, y la firma no se plasma en ningún acuerdo.

Si bien no hay un modelo a seguir en materia de procesos de paz, en la metodología de toda negociación, prima el respeto de las fechas. Los plazos permiten avanzar y dar credibilidad a lo que se pacta y se discute. La falta de calendario concreto ya había sido la principal crítica del ensayo del Caguán. Los alargues y los aplazamientos dañan el ambiente, no solamente “in situs” sino en el país, el cual se empieza a cansar de un proceso interminable plagado de excusas.

Las explicaciones que se han filtrado no son alentadoras porque lo que reina es la desconfianza entre las partes. En los detalles se esconde el diablo, dice un proverbio popular, pero al diablo hay que agarrarlo por los cuernos, de lo contrario serán 50 años de negociación por 50 años de sangre.

Si los representantes del gobierno y los líderes de las Farc siguen en Cuba, escribiendo lo pactado en la arena, los enemigos de la paz van a soplar como tormenta del desierto.

Mientras en Bogotá, el 23 de marzo pasó como un miércoles más de Semana Santa, en La Habana, los negociadores de las Farc se recuperaban de una tarde de beisbol. Relajados, tranquilos y con atuendo deportivo acorde con la ocasión, prefirieron asistir a un partido. Sin duda, ese espectáculo era más importante que una reunión conjunta con los enviados del presidente Santos para responderle a  sus compatriotas por los “tropiezos” y “puntos sensibles” que impidieron un día memorable.


Bella imagen de las Farc aplaudiendo en un estadio tropical. Sería conveniente refrescarles las inamovibles reglas: después de tres strikes (intentos válidos de darle a la pelota), el que batea queda fuera del juego.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Trump imparable inaugura un nuevo capítulo electoral


María Camila Morales

Ganó y cómodamente Donald Trump en el Súpermartes. Las cartas están sobre la mesa y la nominación del magnate neoyorkino como candidato republicano parece inevitable.

¿Error de cálculo, alternativa electoral o fin del debate político para Estados Unidos? Varias teorías se barajan ahora para tratar de explicar su triunfo.

La primera es constatar que la minoría extremista del partido conservador tiene voz y ya no es un agravio social aplaudirla. Entre los republicanos, el nacionalismo racista siempre ha existido aunque no superaba el 25% del voto interno.

Había logrado, en el 2010, una presencia en el Congreso con el Tea Party (Marco Rubio) gracias a un discurso con tintes de cruzada libertaria y religiosa.  Sin embargo, el establishment se encargó de impedirles regresar al Congreso y además, les bloqueó sus absurdas iniciativas legislativas.

Pero ese malestar económico y social no desapareció. Estaba tan solo a la espera de un líder capaz de convertir el odio y  la intolerancia en valores presentables y aceptables. Ahí fue donde fallaron los pronósticos de los conservadores moderados. Subestimaron la fama de un insensato en un país que ha adoptado la moral de los espectáculos de tele-realidad que el mismo ha financiado.

Segunda: Trump encarna “otra forma de hacer política”. Y el caso no se limita a Estados Unidos. Podemos ver dichos fenómenos en otros países. Las etiquetas ideológicas varían pero tienen en común la fascinación por personajes ajenos a las maquinarias tradicionales.

En Gran Bretaña, Nigel Farage y Jeremy Corbyn, en Francia, Marine Le Pen, en Hungría Viktor Orbán, en España Pablo Iglesias o Beppe Grillo en Italia. Ejemplos no faltan.
Además atraen por ser pseudocaudillos irreverentes, irrespetuosos y egocéntricos. Estados Unidos no podía evitar contagiarse del voto anti-sistema. El magnate de Nueva York es sin duda otra alternativa. Fue demócrata y ahora es republicano pero fácilmente puede ser independiente.

Franqueza o descaro de Trump que un 42-44% de los estadounidenses acepta y reclama según la última encuesta nacional de CNN. Se trata de un voto sin color, que aspira a mejores salarios y oportunidades. Desean sus partidarios volver a la era de la bonanza; época del dinero fácil (antes de la crisis de las hipotecas subprimes del 2008), de la especulación que no se limitaba al 1% de los ricos de Wall Street, sino a todo ciudadano con acceso a un crédito inmobiliario. En ese amplio segmento del voto, las propuestas del millonario Trump son una agenda de gobierno más que suficiente.

La tercera explicación, y tal vez, la más grave, es la ausencia de contradictores políticos.

Diez palabras sin sentido valen miles de votos. Una nueva lección para todos los estrategas políticos del siglo XXI. Las mentiras y los escándalos morales ya no son un problema. Lo importante es ser tendencia en las redes sociales. Para tal propósito, nada mejor que  un insulto o una amenaza. No se equivocaba Trump cuando decía que podía disparar contra una persona en la Quinta Avenida y no perdería ni un voto.

La televisión ha sido la mejor caja de resonancia para la publicidad de Trump. Los debates no han tenido sustancia, han sido una muestra de intolerancia, ignorancia y puerilidad. No ha sido posible que ningún periodista en directo confronte a Trump con su vacío intelectual y político.

Los periodistas tienen una parte de responsabilidad en mantener la altura del debate de ideas en una sociedad. ¿Cómo aceptar respuestas vagas, cómo dejar que un candidato ignore una pregunta o evada evidencia de sus incoherencias? En una democracia no se debería imponer el que grite más pero el rating ahora dicta los triunfadores.


Con Trump camino a la investidura republicana, empieza un nuevo capítulo de la historia de Estados Unidos: América con orgullo da la bienvenida al populismo tan propio a América Latina.