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lunes, 3 de octubre de 2016

Colombia: el país de los otros donde las víctimas mendigan por la paz

3 de octubre 2016

María Camila Morales

Los acuerdos de paz en Colombia con la guerrilla de las Farc tendrán que esperar. El plebiscito del presidente Santos perdió, el No de Uribe lideró una “contundente” victoria escribe el diario El Espectador.

Sin embargo, el verdadero ganador fue el abstencionismo. Sesenta y tres por ciento de colombianos no votaron. Por la paz o en contra o a favor de una paz diferente, no se dignaron participar en la democracia.

Fue el triunfo del país de los otros. Esa actitud que ha permitido que nos matemos desde hace 52 años sin remordimientos y con sed de revanchismo. Esa estulticia (ignorancia, necedad y estupidez) que crea burbujas temporales de felicidad y bienestar.

Según el índice del Barómetro Global de Felicidad y Esperanza en la Economía, publicado el pasado mes de enero, el 86% de los colombianos tenemos una vida feliz (superando incluso el promedio mundial  que es del 66%). Es decir: nos consideramos felices porque los 260 mil muertos, los 6.9 millones de desplazados (más que Siria), los 46 mil desaparecidos (baja estimación) los miles y miles de secuestrados (liberados o no) son otros o de otros. Y por supuesto, esas dramáticas cifras tampoco son razones suficientes para que la mayoría silenciosa se expresara en un plebiscito crucial para el país.

La abstención no puede ser sinónimo de resignación. Ese sentimiento se lo dejamos a las víctimas que tendrían todo su derecho a no esperar nada y a seguir llorando eternamente a sus muertos en Colombia.

Por el contrario, en su mayoría, aquellos que sufrieron las atrocidades de las Farc en carne propia fueron capaces de intentar la paz votando Sí. El ejemplo más conmovedor de perdón fue el municipio de Bojayá (departamento del Chocó, costa pacífica). Noventa y seis por ciento fue el resultado del Sí. Pese a que no olvidan cuando el 2 de mayo del 2002, la guerrilla de las Farc lanzó un cilindro bomba que cayó en una iglesia. Una masacre que dejó un saldo de 117 muertos de los cuales 47 eran niños en un pueblo de 1.100 personas pobres, afrocolombianas y abandonadas a su suerte por todos sus compatriotas de las grandes ciudades colombianas.

Esa desconexión refleja la vergonzosa participación de tan solo el 37% de la población que definió el futuro de 47 millones de personas (y miles más en el exilio).

Un sorprendente porcentaje para la comunidad internacional y para los inversionistas (de ellos en gran parte vendrá el dinero que necesita la implementación de cualquier paz) a los cuales hay que explicarles que no votar hace parte de la falta de compromiso  que reina en un país esquizofrénico. En efecto: ¡qué falta de percepción de su realidad tiene Colombia!

En cuanto al voto por el No (ciudades y élite agraria), que el ex presidente Uribe asumió como propio, ahora resulta que un elevadísimo número de votantes asegura que ese es otro No, puesto que Uribe no los representa. Que desaprueban al hoy senador y que quieren otra paz. A esos otros que no son Uribe, les urge encontrar entonces una vocería para que transmita sus objeciones  en La Habana o en Bogotá porque las negociaciones se hacen con personas e ideas concretas.

Ahora a esperar otros acuerdos, con otros líderes y con otras garantías. Porque, al parecer, cuatro años no fueron suficientes para lograr un compromiso, que lejos de ser perfecto y justo, ponía fin a una guerra que si es muy nuestra.

Y a los sobrevivientes de las matanzas de las Farc en Caloto, Cajibio, Miraflores, Silvia, Barbacoas, Tumaco, San Vicente del Caguán, Puerto Asís, Apartadó, Mitú, Valle del Guamuez, La Macarena, Turbo y del resto de Colombia, debemos pedirles perdón como país porque no solamente dejamos que les mataran a sus seres queridos, sino que la abstención le dijo también No a la paz que ellos tanto anhelaban.