2/10/2013
Hernando Salazar*
Luego de un año de
conversaciones formales entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla
de las FARC, es innegable que hay cierto desespero en la opinión pública colombiana
por los resultados del proceso, en contraste con el apoyo internacional al
mismo.
Mientras llueven
críticas por parte de la derecha, representada por el ex presidente Álvaro
Uribe, que ahora encabeza una lista de candidatos al Senado, el gobierno Santos
y las FARC se lanzan acusaciones mutuas y los avances en la agenda de la
negociación no parecerían ser muy significativos.
En contraste, a Santos
le fue muy bien en la pasada Asamblea de Naciones Unidas, donde defendió la
salida negociada a un conflicto que ha dejado más de 220 mil personas muertas.
Y se escuchan voces como la del presidente de Uruguay, José Mujica, ofreciendo
sus buenos oficios para que se alcance la paz en Colombia.
Hace apenas una semana
sucedió la más reciente crisis en la mesa de conversaciones, después de que
“Timochenko”, el jefe de las FARC, amenazó con romper la confidencialidad y se
quejó del discurso oficial que, según él, pretende “doblegar” a la guerrilla.
Pese a los duros
golpes que recibió durante los ocho años de Uribe y los tres de Santos, las
FARC no han desaparecido y siguen siendo un factor perturbador de la
tranquilidad. Los últimos cálculos oficiales aseguran que esa guerrilla tiene
7.500 hombres y mujeres en armas. Si por cada hombre o mujer en armas, una
organización de ese tipo tiene 2 o 3 personas de apoyo, estamos hablando de un
grupo con más de 20.000 miembros, cuya reincorporación a la vida civil es todo
un desafío.
El lunes pasado, el ex
ministro de Defensa Gabriel Silva, un hombre muy cercano a Santos, escribió una
columna titulada “¿Hora de romper?” en el diario El Tiempo.
En su escrito, Silva
asegura que “Las Farc cayeron en la trampa del uribismo. No hay nadie que
quiera más que la próxima contienda electoral se defina, de manera polarizada,
entra la guerra y la paz. Qué ironía. Con sus actitudes, las Farc le han hecho
un favor infinito a Álvaro Uribe. De pronto Santos les debería hacer caso a los
que claman que es hora de romper”.
Pero el lenguaje duro
no solo viene de personas como Silva. También de funcionarios del gobierno
Santos, como el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, quien no cesa de
referirse las FARC como una organización terrorista, mientras delegados del
gobierno se reúnen con voceros de esa guerrilla.
Ante ese escenario,
muchos se preguntan si llegó la hora de hacer replanteamientos de fondo en el
proceso de paz, para evitar que naufrague en medio de la etapa preelectoral que
vive Colombia, que en marzo de 2014 elegirá nuevo Congreso y en mayo,
Presidente de la República.
Esos replanteamientos
podrían incluir reajustes en el equipo negociador del gobierno -que no ha sido
cambiado, en contraste con el de las FARC-, la superación de desencuentros
frente a la agenda que se negocia, las reglas de confidencialidad de las conversaciones
y los límites a la interlocución de la delegación guerrillera que se encuentra
en Cuba con otros actores colombianos que van y vienen de La Habana.
Aunque Silva niega que
las negociaciones de paz sean fundamentales para una eventual reelección de
Santos, pocos le creen. Por ahora, la paz es la principal bandera de su
gobierno.
Si Colombia consigue
la paz con las FARC, el país podría ganar por lo menos un punto de crecimiento
anual en su producto interno bruto, ha dicho el ministro de hacienda, Mauricio
Cárdenas.
Las controversias de
los últimos días dejan en evidencia que, nuevamente, el viejo conflicto interno
vuelve a ser un factor determinante en los procesos electorales.
Lo fue en 1998, cuando
una foto entre el entonces candidato Andrés Pastrana y “Tirofijo”, el máximo
jefe de las FARC, fue definitiva para que el primero ganara la presidencia.
Lo volvió a ser en
2002, cuando el estruendoso fracaso de las negociaciones de paz entre Pastrana
y las FARC le permitió a Álvaro Uribe ganar holgadamente la presidencia con un
discurso de mano dura.
Se repitió en 2006,
cuando Uribe dijo que necesitaba otro mandato para derrotar a la guerrilla y
fue reelegido.
Siguió siéndolo en el
2010, cuando Santos ganó con el discurso de Uribe, pero después optó por buscar
una solución negociada al conflicto e inició conversaciones de paz, gracias al
concurso de países como Noruega, Cuba, Venezuela y Chile.
Y lo será en el 2014,
cuando millones de colombianos están en capacidad de ir a las urnas y, eventualmente,
si se ha firmado un acuerdo, el mismo sea sometido a referendo.
No es la primera vez
que unas conversaciones de paz en Colombia se dan en medio de una etapa
electoral. En marzo de 1990, cuando la guerrilla del M-19 dejó las armas, el
país estaba eligiendo Congreso y se aprestaba a escoger un nuevo presidente.
Pero era un grupo significativamente más pequeño.
Debido a que las
conversaciones de paz se dan en medio del conflicto, las FARC siguen siendo
acusadas de extorsionar, matar, secuestrar y reclutar niños y niñas para el
conflicto. Todo eso enrarece el clima de la mesa de conversaciones, que también
es afectado por la acción de bandas criminales ligadas a los antiguos
paramilitares.
Y como si eso fuera
poco, está el narcotráfico, cuyos recursos alimentan a las guerrillas y a las
bandas criminales.
Por eso, la búsqueda
de la paz en Colombia es una empresa muy difícil, que si quiere ser exitosa,
tendrá que rodearse de mucha paciencia y mucha cabeza fría para evitar patear
la mesa y romper las conversaciones.
* Periodista, asesor
de comunicaciones, profesor de ética periodística Universidad Javeriana, ex
corresponsal de la BBC.
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