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jueves, 18 de octubre de 2012

Diálogo de sordos en Oslo


18/10/12

María Camila Morales

No hubo “silla vacía” esta vez por parte de las FARC pero la instalación de la mesa de paz en Oslo dejó el mismo sinsabor que en enero del 2009. La reconciliación parece que no será para esta generación de colombianos.

Sin duda el momento histórico fue la foto de las dos delegaciones (FARC-EP y gobierno Santos) sentados en la misma mesa en Noruega. Pero lo que dijeron sus portavoces Humberto de la Calle (ex vicepresidente de Colombia) e Iván Márquez (verdadero nombre Luciano Marín Arango), hubiera sido preferible que quedara a puerta cerrada.

Más que un diálogo de paz fue un diálogo de sordos entre los participantes tratando de convencer a una audiencia internacional (las FARC) y nacional (el gobierno) de la necesidad de cambiar el país.

No se trata de censurar, ni de impedir que la prensa haga su trabajo ni mucho menos de dejar que una negociación de paz se haga a espaldas de los colombianos. Pero lo que se vio desde Oslo no puede ser positivo para el fin del conflicto armado en Colombia (o guerra civil dependiendo del lector). No hablan de la misma agenda no hablan el mismo idioma de paz, no tienen la misma noción de tiempo, no tienen las mismas expectativas y sobre todo no están de acuerdo en la misma Colombia si se llegase a dar una reconciliación nacional. Lo importante de Oslo fue que se encontraron cara a cara y eso hubiera sido suficiente para esta etapa.

Era ingenuo pensar que las FARC llegarían a la mesa con actitud de derrotados después de sufrir ocho años de persecución por parte de Uribe y dos de Santos. Ni tampoco debilitados por la muerte de sus líderes históricos (Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Raúl Reyes). Pero la voluntad de paz también se refleja en el tono de los interlocutores.

En Oslo las FARC han tratado de impulsar una campaña de prestigio, de imagen y reconocimiento internacional. Por eso el discurso desafiante, revolucionario y costumbrista que no ha cambiado en casi medio siglo.

El mensaje de Márquez estaba dirigido a la comunidad europea para  recordarles la realidad colombiana (pobreza, desigualdad, concentración de tierras) y la “justa” labor que vienen realizando los guerrilleros con su lucha armada.

Si ese era el público al que se dirigían los delegados de la guerrilla, han olvidado que en el Viejo Continente las mentalidades también han evolucionado. Las coaliciones de izquierda europeas y mucho menos los gobiernos de derecha perdonaron el secuestro de Ingrid Betancourt. Las FARC parecen no entender que existió un quiebre de simpatía ideológica con su causa cuando se conoció el 30 de noviembre del 2007 el conmovedor video y la desconsoladora carta de Ingrid Betancourt. Europa no apoya ni las retenciones políticas, ni la tortura y no permite leyes de perdón y olvido. Y como siempre lo ha repetido París: no negocian con secuestradores.

Si sus palabras eran para los colombianos, la desconexión de la guerrilla con la realidad es preocupante por no decir aberrante. Los colombianos no se cansan de repetirle a los guerrilleros que para creerles quieren hechos de paz y no más discursos. La última vez que salieron a las calles fue en diciembre del 2011 como muestra de repudio por el asesinato de cuatro de sus secuestrados ( tres policías y un militar). La calle vestida de blanco volvió a gritarles: ¡No más FARC!

El espacio de reconocimiento y respetabilidad que buscan las FARC lo deben encontrar en Colombia y no en el exterior. La arenga política de su líder Iván Márquez en Oslo será acertada en el momento que el pueblo colombiano mediante un proceso democrático decida si quiere o no una estructura económica diferente para el país; si quiere o no seguir con los Tratados de Libre Comercio, si quiere o no seguir siendo aliado de Estados Unidos y sobre todo si los quiere a ellos como sus representantes.

En este momento lo que esperarían oír los colombianos es un tono de voluntad de reconciliación, de posibilidades así sean ínfimas de dejar los secuestros, las armas y reconocer sus crímenes frente a los familiares de sus víctimas.

El mensaje de Márquez que llegó a los colombianos no fue alentador. Por el contrario, le habrá recordado a más de una persona la farsa del diálogo del Caguán.

Si las dos orillas están tan alejadas y algo tensas, lo mejor es que sigan construyendo puentes de acercamiento y comprensión fuera de las cámaras. Los colombianos quieren y creen en la paz. Pero un espectáculo como el de Oslo no era necesario. La foto quedó, lo demás sobró, ahora a buscar por lo menos un vocabulario común de paz entre las partes. Colombia aún mantiene viva la esperanza.

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