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miércoles, 20 de enero de 2016

¿Los moderados republicanos desaparecieron en Estados Unidos?

María Camila Morales

Empezó la cuenta regresiva para las primarias republicanas en Iowa (1 de febrero) y los candidatos más radicales lideran las encuestas. Será un duelo Trump-Cruz según pronostica la prensa norteamericana. Sus discursos racistas, clasistas, misóginos y matemáticamente plagado de errores son un imán.

Y eso, es tal vez, lo más peligroso. Ninguno de los demás candidatos a la nominación propone un programa realista y conciliador.

Para poder ganar las elecciones presidenciales, el voto republicano tiene que atraer a los moderados. Históricamente el GOP no es ajeno a la clase media, no es exclusivamente blanco (George W. Bush contó con el voto de la comunidad musulmana en el 2000), tampoco desconoce la inmigración (Reagan en 1986 firmó una amnistía a cambio de pagar multas y fortalecer fronteras) y si bien preferiría menos intervención federal, respeta a Washington y negocia en el Congreso.

Pero al oír las propuestas de los aspirantes a la nominación (menos Rand Paul y  Jeb Bush, si es que habla) los republicanos representan a la extrema derecha.

Bien dice el lingüista y profesor emérito del MIT, Noam Chomsky en su reciente entrevista con Abby Martin para la revista Salon: “el problema con la política en Estados Unidos es que el espectro ahora va de centro a extrema derecha”. Explica que los demócratas de ahora entrarían en la definición de republicanos moderados que se usaba anteriormente. Mientras que los conservadores se fueron al extremo que busca garantizar el bienestar de una élite neoliberal.

Cada vez que un candidato sube el tono y arremete contra una parte de la sociedad norteamericana, el núcleo extremista consolida su voto y hasta gana más adeptos. Los latinos, las mujeres, los musulmanes e incluso el senador y veterano John McCain (Vietnam) no se han salvado ni de los improperios de Donald Trump ni del silencio comprometedor de Ted Cruz. Por el contrario, esa actitud complaciente y esos exagerados abrazos con el magnate lo han favorecido en las encuestas.

El senador Cruz cuenta ahora con el 25% de las intenciones de voto en Iowa frente a 22% de Trump. No obstante, a nivel nacional según NBC/SurveyMonkey va segundo con el 21% frente al 38% del millonario neoyorkino.

Intransigente en cuanto a la inmigración, irresponsable con Irán y Rusia, Cruz es aparentemente más presentable por su experiencia política que Trump. Fue procurador general de Texas, trabajó en la Comisión Federal de Comercio y fue asesor en la campaña de George W. Bush.

Sin embargo, como escribe David Brooks, en el New York Times, su visión apocalíptica le permite legitimar una respuesta de odio al odio (hate with hate). Lejos de escuchar al electorado evangelista (importantes son sus números entre los republicanos) y proponer  valores  de solidaridad, misericordia y humildad, Cruz es un ejemplo del “brutalismo pagano”. Una hipocresía moral que va más allá de un juego para sustraerle votantes a Trump. Ted Cruz es un producto del Tea Party; un alumno ejemplar de una fracción ultraconservadora en la que no hay compromisos posibles, solamente imposición y chantaje.

Y además del pensamiento extremista del senador, queda pendiente su legalidad para poder ser presidente de Estados Unidos. Un as bajo la manga que le tiene preparado Donald Trump (recordemos la polémica por el certificado de nacimiento de Obama).

Rafael Edward (Ted) nació en Canadá en 1970. Textualmente dice la Constitución que para llegar a la Casa Blanca, uno de los requisitos es ser Native-Born US Citizen (ciudadano natural por nacimiento).

Pero como en derecho no es solamente lo que está escrito sino cómo se interpreta, los abogados podrán acudir a los estrados. En el momento de su nacimiento, fuera de Estados Unidos, la mamá de Cruz tenía nacionalidad estadounidense y con eso, según sus asesores, es suficiente. En cambio, su padre cubano en aquella época era canadiense y cambió por la estadounidense en el 2005.

En una sin salida se encuentran los conservadores porque ni Trump ni Cruz son del agrado de la maquinaria republicana. Intentaron sus líderes mostrar un partido más abierto con la elección de Nikki Haley, la gobernadora de Carolina del Sur, para responder al discurso sobre el estado de la Unión de Obama y así apaciguar al debate interno. Lamentablemente salió mal librada. Después de advertir acerca de los riesgos de seguir las voces más ruidosas de su partido, no se demoró la columnista Ann Coulter en pedir que la deportaran.

Ningún aspirante la defendió. Nadie fue capaz de reconocer la importancia de una mujer hija de inmigrantes del Punjab, quien fundó una familia estadounidense con dos creencias religiosas diferentes (Sikh y Metodista) para renovar la imagen del partido conservador. Si la elección de los senadores y diputados republicanos recayó en Haley es porque su discurso cuenta con su aprobación y es un modelo de adaptación a sus postulados.

Pero las primarias están desconectadas de las bancadas en el Congreso, como bien señalan en su libro Crisis Point, el ex senador republicano Trent Lott y el ex senador demócrata Tom Daschle. Quienes fueran los más cordiales adversarios políticos hoy no ocultan su preocupación por la intolerancia reinante.


Los aspirantes a la nominación republicana creen ser la salvación de un país en caos. No solamente Estados Unidos después de ocho años de Barack Obama  es -según ellos - un desastre económico, sino religioso, cultural y diplomático. Es una nación  débil, sin fronteras y sin un ejército a la altura de enfrentar otra guerra mundial. Por eso necesita la mano dura de un comandante en jefe de verdad. Contra los homosexuales e inmigrantes y por Dios y las armas: una cruzada ultraconservadora para poner orden en un país que perdió la moderación.

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