31/07/2013
María Camila Morales
En La Cumbre de las Américas del
2012 en Cartagena, el colibrí fue escogido como símbolo de la región porque se puede
observar en la naturaleza desde Canadá hasta la Patagonia. Un denominador común
pero ¿no es tiempo de asumir que la narcocultura es también un elemento
compartido en toda América Latina?
Gobiernos como el colombiano o
mexicano invierten millones de dólares cada año en una guerra contra
el narcotráfico que lo único que ha dejado es sangre, masacres y miles de
muertos.
Mano dura contra los narcos exigen
europeos y norteamericanos pero el pueblo, el que ve televisión, el que oye
música, el que vota, tiene por ellos una particular fascinación.
Ya no son considerados bandidos. Pese
a sus atroces crímenes, son ante todo negociantes y héroes. Además su mundo de
lujo, de fama y de impunidad hace soñar a más de un latinoamericano. No es una
tendencia o una estética. Corresponde a una forma de vida, a una estructura de
valores, de creencias y costumbres que se expande sin importar la nacionalidad.
En esa idealización del narco han
participado no solamente legisladores y políticos que trabajan para los
carteles, también escritores, músicos, futbolistas, reinas de belleza y modelos.
Si hace 20 años, los latinoamericanos se ofendían cuando insinuaban que sus
países eran narco-Estados, ahora no les importa que los asocien a su cultura.
La televisión se hace eco de una
nueva aspiración social: Escobar el patrón del mal, Sin tetas no hay paraíso,
Las muñecas de la mafia, o La reina del sur, son narco-novelas que tienen
niveles de audiencia que superan incluso a los programas de deportes.
Las revistas para mejorar sus ventas
no dudan en publicar portadas sensuales con las “amigas” de los narcos. El caso
más reciente en Colombia fue SoHo que dedicó fotos (casi totalmente desnuda) y
una extensa entrevista a una modelo de 23 años que fue detenida en Brasil por
culpa de su acompañante sentimental. Jhon Fredy Manco Torres, alias “El Indio”,
no solamente se había fugado en el 2009 sino que es primo de alias “Fritanga”, otro
narcotraficante que fue extraditado a Estados Unidos.
En Venezuela, a la “reportera del
espectáculo” Karla Osuna la recibieron con aplausos las reclusas del Instituto
Nacional de Orientación Femenina de los Toques cuando ingresó en el 2012. La
capturaron con su “gran amor” el capo Emiliano Zapata. En las prisiones de
Bolivia, Brasil, Argentina o Perú también cumplen condenas actrices,
empresarios de restaurantes, de bares, de importadoras, banqueros que no
consideraron extraño los altos montos de dinero que recibían de sus novios,
clientes o familiares para gastar.
En Nuevo León, el vocero de seguridad
admitió que una de las pistas que siguen por la masacre de 17 músicos de la
banda Kombo Kolombia, sería una venganza del cartel mexicano de Los Zetas.
Si la narcocultura no indigna, ni
duele, ni al parecer trasgrede los fundamentos del Estado y además se acomoda a
los valores religiosos latinoamericanos (católicos y evangélicos) entonces ¿no
es hora de abrazarla públicamente?
Las sociedades se acomodan a sus
realidades. En América Latina la llamada élite de bien educados y aquellos
guardianes de principios morales, no hicieron mucho por impedir que la narcocultura
prosperara. Ingenuamente insisten en que el narcotráfico y sus traquetos
(empleados de los capos) están en las favelas, en las villas miseria, escondido
en el bajo mundo. Cuanto se equivocan al negar que hace parte de la vida de
todos los latinoamericanos.
La narcocultura entra todas las
noches a sus casas por la televisión o en los almacenes locales
de Maserati o siguiendo los tuits de “famosas” y como el colibrí ahora es parte
común de la identidad de la región.
Capturan a jefe de sicarios Cartel de Sinaloa. Tenía más de 100.000 seguidores en su cuenta Instagram. "En Sinaloa describen a Aréchiga como un ‘narco’ “vanidoso”. Creció en el humilde barrio de Las Huertas, en Culiacán. Su paso por el cartel tuvo un punto culminante cuando le fue encargada la seguridad de los hijos de Zambada. Quizá fue a ellos a quienes aprendió el gusto por el lujo y adoptar la buena vida que documentaba en su cuenta de Instagram (jamesbond5_7), donde compartía con sus 118.000 seguidores fotografías de sus viajes a Madrid, Las Vegas, Japón y Oriente Próximo. " El País. 04/01/2014
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