11/06/2013
María Camila Morales
Media mañana es la importancia que
le da Colombia a la Autoridad Palestina. Juan Manuel Santos viajó a “Medio
Oriente” a visitar a sus aliados de Israel y no a ampliar los lazos comerciales
y de amistad con los palestinos. Una percepción particular de la diplomacia
regional que Colombia defiende fiel a la doctrina norteamericana.
Santos llegó a Israel el domingo 9
de junio y sus compromisos parecían no
tener fin. Cena, conferencia, almuerzo, ofrenda floral, firma de acuerdos (TLC)
y nutridos aplausos por parte de los empresarios israelíes. Sin olvidar
homenajes más que discursos del presidente Shimon Peres y del primer ministro
Benjamín Netanyahu. Una visita de Estado que terminó hasta con religión, en
peregrinación al Santo Sepulcro en Jerusalén.
Mientras tanto, del otro lado de “las
fronteras” lo esperaban los palestinos. En efecto con menos pompa y no porque
las expectativas fueran menores, sino porque no hay dinero en las arcas para
gastarlo en protocolo de invitados relámpago.
Y no muy cómodo debía estar el
presidente Mahmoud Abbas recibiendo a Juan Manuel Santos. En Ramalláh y la
Franja de Gaza no olvidan que Colombia se abstuvo de votar en la Asamblea
General el ingreso de Palestina como país observador a la Onu.
Pero si eso hubiera sido poco para
obstaculizar el sueño de Abbas, Santos no pasó ni siquiera una noche en Ramalláh.
Otro desaire diplomático que se suma a la lista colombiana. Pocos compromisos
entre los dos mandatarios dejó la vista pero sí hubo declaraciones acerca del
proceso de paz entre Israel y Palestina.
“Apoyamos una solución donde Israel
y Palestina vivan como vecinos”, fueron las sabias palabras del mandatario
colombiano.
Sin embargo, olvida que antes de
poder sentarse a negociar, Palestina necesita existir y ser respetada en sus
fronteras por sus pares. Ni hablar de la asfixia económica que viven los
palestinos en la actualidad. Si bien Colombia quiere más comercio con el mundo
podría no olvidar a los palestinos. Los visados son prácticamente inexistentes
para los que quieren visitar Colombia y las sospechas de terroristas priman
sobre aquellas de inversionistas o comerciantes.
No es un secreto para nadie que
Colombia tiene una “amistad especial” con Israel y que paradójicamente no se
relaciona con la paz sino con la guerra.
Si hoy las FARC son menos numerosas
y están en Cuba negociando (y con importantes mandos guerrilleros ausentes) es
en parte gracias a Israel.
Los golpes maestros contra su cúpula
dirigente se dieron en los años en los que Juan Manuel Santos era ministro de
Defensa. En los llamados años de la “seguridad democrática” cuando eran pocos los países que querían involucrarse
de cerca con el ejército colombiano para acabar a fuego y con servicios
secretos a las FARC. Israel no abandonó a Santos y por supuesto hoy Colombia no
decepciona a sus amigos.
En Tel-Aviv, el mandatario
colombiano se refirió a su experiencia con las Farc en Cuba y se declaró
dispuesto ayudar con un “granito de arena” para que “esos pueblos se
entiendan”.
Pero es hora de comportarse con
seriedad en Oriente Medio. América Latina (menos Panamá, Paraguay, Guatemala y
Colombia) por primera vez está dando muestras de una coherencia a la hora de
referirse a la necesidad de ver finalmente a un Estado Palestino con derechos y
responsabilidades.
Colombia no puede ser ajena a los
cambios en la región, no debe seguir aceptando el error fundamental de la
negación de la identidad territorial de un pueblo.
Si algo tenía que aportar Santos
durante su visita a Israel y Palestina era equidad. Si en el conflicto
colombiano ahora asumimos que no hay ni buenos ni malos y todos los actores
merecen la misma atención con mayor razón entre palestinos e israelíes.
Medio día en Ramalláh no era ni es
suficiente para ser relevantes en la diplomacia del mundo como pretende el
presidente de Colombia. Difícil competir en las prioridades diplomáticas con un
país que exporta a Colombia anualmente más de 160 millones de dólares, cuando
los palestinos, en su gran mayoría, no pueden llegar a sus lugares de trabajo sin
pasar por un control de seguridad.
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