07/03/2013
María Camila Morales
A Hugo Chávez lo conocí en París y
no puedo negar que su personalidad y sus discursos me hipnotizaron. Las
historias que contaba y la manera como explicaba su revolución bolivariana, en
abstracto, sonaban fascinantes. El problema era que la realidad venezolana terminaba
rompiendo el encanto.
Como corresponsal del diario El Tiempo tenía que cubrir los
acercamientos y negociaciones para la liberación de Ingrid Betancourt,
secuestrada por las FARC en Colombia en el 2002. Hugo Chávez jugó un papel
fundamental para empezar el show de las liberaciones de la guerrilla colombiana
y Nicolás Sarkozy lo respaldó desde el Eliseo.
Para los colegas europeos
entrevistar a Chávez era el encuentro con una diva a la cual se le perdonaban
todos sus caprichos. Ruedas de prensa con preguntas escogidas o arengas en vez
de respuestas no los alteraban.
Para la mayoría de los políticos
franceses que lo esperaban era un invitado muy especial al que todo se le permitía porque era un amigo rico en petróleo. Por eso no le
mencionaban ni la situación de los derechos humanos ni la transparencia en las
elecciones de su país.
Para los intelectuales de izquierda
en París las visitas del Comandante eran la llegada del salvador de América
Latina al que no se debía molestar ni con la libertad de la prensa ni con los
presos políticos.
Ganaba sucesivas elecciones en su
país donde una mayoría de ciudadanos lo adoraba y en Europa disfrutaba de una
corte de seguidores que no se limitaban a los partidos comunistas. Y además
tenía carisma y mucho humor.
El presidente venezolano parecía ser
el líder que los latinoamericanos necesitaban para acabar con las diferencias
sociales, la pobreza extrema y devolverle la identidad a los pueblos sometidos
por el yugo norteamericano.
Con ese triunfalismo terminaban las
visitas de Hugo Chávez a Francia. Y tal vez no se equivocaban los artículos de
la prensa local: Chávez era el agitador social indispensable para América
Latina.
Pero la realidad era completamente
diferente.
No era una estrella de cine
latinoamericana, era un caudillo. Y como tal dirigió el país a su antojo
utilizando la democracia como maquillaje de su despotismo.
No era un amigo de los europeos. Eran
enemigos de su revolución todos aquellos que no entendieran ni sus
nacionalizaciones ni sus expropiaciones. El barril de petróleo fue la única
riqueza de su gobierno y soporte de su modelo paternalista.
No era un intelectual de izquierda.
Acomodaba sus teorías y pensamientos a su público. La Biblia fue un texto de
referencia como lo fueron Los Miserables o las frases de Simón Bolívar. Intentó
vender su retórica como el “Socialismo del Siglo XXI” cuando era simplemente
otra forma de populismo.
Los problemas de Venezuela son
estructurales: la inflación, la escasez de alimentos, la inseguridad, el
desempleo y una deuda de más de 30 mil millones de dólares con China son la
herencia de casi 14 años de chavismo. No son sabotajes ni invenciones de la derecha o
del imperialismo de Estados Unidos como asegura Nicolás Maduro.
Tampoco está el país unido gracias a
la alianza cívico-militar del régimen. Los venezolanos están divididos hoy más
que nunca y además tienen miedo del vacío de poder que se ha generado en
Caracas.
La derecha (oposición) no sabe qué
hacer. Incluso si ganara las elecciones presidenciales su margen de
gobernabilidad es mínimo. Asusta llegar al poder sin saber qué hacer y sin
instituciones que respalden las reformas económicas y jurídicas necesarias.
Los chavistas tampoco pueden dormir
tranquilos. Quedaron huérfanos y llenos de incertidumbres en cuanto al futuro.
Su temor es el reflejo de sus bolsillos porque el dinero ya no les alcanza. Y
la Constitución no es garantía ni para Diosdado Cabello quien debería haber
asumido como presidente interino y no Nicolás Maduro (Art. 233).
La realidad una vez más volverá a
golpear a Venezuela cuando acabe el luto por el Comandante Presidente. Si su
heredero logra convencer con nuevas fábulas que sigan ocultando la verdad, el
legado chavista se habrá salvado, pero lo dudo. Este cuento se acabó con la
muerte de Chávez.
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