9/04/2012
María
Camila Morales
De la isla comunista de Cuba queda
solamente el recuerdo. El régimen de Fidel Castro que prometió una sociedad
incluyente para todos los compañeros, sólo ha dejado pobreza, exceso de
vigilancia, falta de libertad de expresión y de movimiento.
Pero del ideal de la supresión de la
propiedad privada y su evolución histórica hacia la igualdad y la desaparición
del Estado no hay nada e incluso me pregunto si alguna vez existió.
Los “gringos” en efecto se fueron
con sus mafias y las garras del imperio no lograron doblegar al pueblo cubano,
pero los nuevos mandos tienen a sus compatriotas sumidos en otra dominación no
menos criticable.
Desde la subida al avión hacia La
Habana se observa que en el “régimen de los hermanos Castro” también hay
privilegiados. Aquellos que pueden viajar con pasaporte azul cubano van en clase
ejecutiva y en sus equipajes los electrodomésticos abundan.
Y no se trata de los cubano-americanos
que regresan a visitar a sus familiares. Son los nuevos “hombres de negocios”
como se definen y que llegan de visitar los países amigos como Panamá,
Venezuela, Nicaragua y/o Bolivia.
Aún si el régimen del Comandante
lleva 54 años sin arrodillarse ante el imperio norteamericano, empieza a rendirse
ante otros “enemigos” del marxismo: el capitalismo y el lucro. Y sus dirigentes
no lo pueden negar aunque le pongan
filtros o etiquetas absurdas como “socialismo sustentable”.
Cuba y su revolución sobreviven hoy
en día gracias al envío de dinero de los cubanos en el exterior (2.294 millones
de dólares de remesas en el 2011), del turismo, de los inversionistas
extranjeros (canadienses, españoles e italianos) y de la bondad de Hugo Chávez.
El comunismo fracasó en Cuba (y el mundo) y no se puede seguir con la eterna
excusa del embargo norteamericano para justificar la lamentable situación
actual.
El euro es la moneda más apetecida
por lo locales. El mercado negro permite alimentar la economía paralela
encargada de compensar los pírricos salarios de los cubanos.
Cuba está congelada en el tiempo. No
me refiero a la maravillosa arquitectura colonial que está tratando de salvar
la Unesco, la Onu e incluso los mecenas religiosos que han vuelto a las
iglesias. La infraestructura se maquilla para callar los reproches de los
extranjeros de vacaciones. La electricidad es una variable y el agua poco recomendable.
El Che Guevara sigue omnipresente
para los turistas que quieren comprar cuanto souvenir puedan conseguir con su
rostro. A las nuevas generaciones de cubanos, en cambio, lo que les interesa es
la tecnología, los artículos de marca y tener acceso a Internet.
De política no quieren saber nada.
Quieren reformas democráticas pero están cansados de esperar cambios de unos
ministros que parecen salidos de un hospital geriátrico. Pero hablan de sus
dirigentes ya sin temor.
Quieren viajar, salir y no siempre
como temen los hombres del partido para “escaparse”. Saben que el exilio no es
necesariamente una solución y vivir fuera de Cuba tampoco es su sueño.
Lo que anhelan es conocer otros
países y regresar para ayudar en el progreso de su hermosa isla. Porque la
educación la tienen, las ganas y voluntad no faltan pero no hay ni trabajo ni
oportunidades. Y para ellos eso no es una revolución castrista sino una revolución
que los castra.
En Raúl ven un poco de oxígeno para
el régimen pero saben que el tiempo lo tiene contado. Aprecian “la
actualización del modelo económico” que empezó mucho antes de la visita de
Benedicto XVI.
Ahora se pueden vender y comprar viviendas
(aunque no hay créditos hipotecarios). Y en cuanto a los negocios, los clásicos
carros antiguos americanos que sirven de taxi ya se pueden vender (después de
50 años de veto).
Es posible montar un comercio, los “cuentapropistas”
tienen sectores autorizados para sus actividades. Ahora no se esconden y anuncian
en carteles sus servicios. Según cifras del diario El Espectador, 358.000 cubanos trabajan en el emergente sector
privado (carpinteros, peluqueros, traductores…).
La reorientación del modelo cubano
no es un favor de la cúpula militar. Es una protección del régimen ante el
malestar social de la juventud. Si antes podían callarlos hoy ya no es evidente
amordazarlos. El mundo los escucha como oyen a los raperos de los “Aldeanos”
denunciar el abuso de poder.
Las letras de su canciones hace unos
años les hubiera costado la cárcel: “es que no se puede ver lo que sucede
mirando desde un palacio a 100 kilómetros o desde un Mercedez, por eso pocos
trabajan y todo el mundo roba y casi todos seguimos sin nada…”
El cambio se siente, se respira en
la isla pero no se sabe hacia dónde va. La bandera china flota en los mástiles
de los hoteles en La Habana. Los rusos copan los resorts de Varadero y gastan
sin pensar en Lenin o Marx. Los paladares ofrecen jamón serrano y foie gras.
Pero en los almacenes oficiales no hay ni café ni azúcar.
¿Qué quieren los cubanos? Libertad
sin duda, pero ¿por qué camino, siguiendo a qué líder y a qué precio?
Tal vez el mejor ejemplo de la
confusión de las aspiraciones de una generación reprimida me lo dio un joven en
una iglesia de La Habana. Quiere ser monje de claustro pero no le gusta la
oración. ¿Cómo lo va a lograr? No lo sabe pero me explicó que necesita un
cambio en su vida para sentir que valió la pena haber nacido en la isla.
#Cuba Amanecimos con corte electrico. La frecuencia de los "apagones" empieza a parecerse a esos annos que no quiero recordar, los 90s #GY
ResponderEliminar