18/10/12
María Camila Morales
No hubo “silla vacía” esta vez por
parte de las FARC pero la instalación de la mesa de paz en Oslo dejó el mismo
sinsabor que en enero del 2009. La reconciliación parece que no será para esta
generación de colombianos.
Sin duda el momento histórico fue la
foto de las dos delegaciones (FARC-EP y gobierno Santos) sentados en la misma
mesa en Noruega. Pero lo que dijeron sus portavoces Humberto de la Calle (ex
vicepresidente de Colombia) e Iván Márquez (verdadero nombre Luciano Marín
Arango), hubiera sido preferible que quedara a puerta cerrada.
Más que un diálogo de paz fue un
diálogo de sordos entre los participantes tratando de convencer a una audiencia
internacional (las FARC) y nacional (el gobierno) de la necesidad de cambiar el
país.
No se trata de censurar, ni de
impedir que la prensa haga su trabajo ni mucho menos de dejar que una
negociación de paz se haga a espaldas de los colombianos. Pero lo que se vio
desde Oslo no puede ser positivo para el fin del conflicto armado en Colombia
(o guerra civil dependiendo del lector). No hablan de la misma agenda no hablan
el mismo idioma de paz, no tienen la misma noción de tiempo, no tienen las
mismas expectativas y sobre todo no están de acuerdo en la misma Colombia si se
llegase a dar una reconciliación nacional. Lo importante de Oslo fue que se
encontraron cara a cara y eso hubiera sido suficiente para esta etapa.
Era ingenuo pensar que las FARC
llegarían a la mesa con actitud de derrotados después de sufrir ocho años de
persecución por parte de Uribe y dos de Santos. Ni tampoco debilitados por la
muerte de sus líderes históricos (Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Raúl Reyes).
Pero la voluntad de paz también se refleja en el tono de los interlocutores.
En Oslo las FARC han tratado de
impulsar una campaña de prestigio, de imagen y reconocimiento internacional.
Por eso el discurso desafiante, revolucionario y costumbrista que no ha
cambiado en casi medio siglo.
El mensaje de Márquez estaba
dirigido a la comunidad europea para recordarles la realidad colombiana (pobreza,
desigualdad, concentración de tierras) y la “justa” labor que vienen realizando
los guerrilleros con su lucha armada.
Si ese era el público al que se
dirigían los delegados de la guerrilla, han olvidado que en el Viejo Continente
las mentalidades también han evolucionado. Las coaliciones de izquierda
europeas y mucho menos los gobiernos de derecha perdonaron el secuestro de
Ingrid Betancourt. Las FARC parecen no entender que existió un quiebre de simpatía
ideológica con su causa cuando se conoció el 30 de noviembre del 2007 el
conmovedor video y la desconsoladora carta de Ingrid Betancourt. Europa no
apoya ni las retenciones políticas, ni la tortura y no permite leyes de perdón
y olvido. Y como siempre lo ha repetido París: no negocian con secuestradores.
Si sus palabras eran para los
colombianos, la desconexión de la guerrilla con la realidad es preocupante por
no decir aberrante. Los colombianos no se cansan de repetirle a los
guerrilleros que para creerles quieren hechos de paz y no más discursos. La
última vez que salieron a las calles fue en diciembre del 2011 como muestra de
repudio por el asesinato de cuatro de sus secuestrados ( tres policías y un
militar). La calle vestida de blanco volvió a gritarles: ¡No más FARC!
El espacio de reconocimiento y
respetabilidad que buscan las FARC lo deben encontrar en Colombia y no en el
exterior. La arenga política de su líder Iván Márquez en Oslo será acertada en
el momento que el pueblo colombiano mediante un proceso democrático decida si
quiere o no una estructura económica diferente para el país; si quiere o no
seguir con los Tratados de Libre Comercio, si quiere o no seguir siendo aliado
de Estados Unidos y sobre todo si los quiere a ellos como sus representantes.
En este momento lo que esperarían
oír los colombianos es un tono de voluntad de reconciliación, de posibilidades
así sean ínfimas de dejar los secuestros, las armas y reconocer sus crímenes
frente a los familiares de sus víctimas.
El mensaje de Márquez que llegó a
los colombianos no fue alentador. Por el contrario, le habrá recordado a más de
una persona la farsa del diálogo del Caguán.
Si las dos orillas están tan
alejadas y algo tensas, lo mejor es que sigan construyendo puentes de
acercamiento y comprensión fuera de las cámaras. Los colombianos quieren y
creen en la paz. Pero un espectáculo como el de Oslo no era necesario. La foto
quedó, lo demás sobró, ahora a buscar por lo menos un vocabulario común de paz
entre las partes. Colombia aún mantiene viva la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario