22/12/2012
“Benignísimo Dios de infinita caridad….el Verbo
Eterno se halla a punto de tomar su naturaleza creada en la Casa de Nazaret.”
son las palabras de la Novena que sigo recordando sin entender.
Trabalenguas que recitaban los adultos en
diciembre justo antes de la llegada del Niño Dios. Nunca los comprendí pero
tampoco me preocupaba porque lo importante de esas noches en la fría Bogotá era
estar con toda la parentela y celebrar una Popayán que había conocido a través
de mis abuelos.
En la casa del tío Luis Carlos Zambrano (Güino),
se reunía el clan Paredes Olano. Un momento que yo esperaba durante todo el año
porque se mezclaban las tradiciones católicas del rezo con los relatos
anecdóticos de los próceres de la patria como mi general Mosquera o el poeta
Valencia.
Empezaban las celebraciones de la Novena
armando el pesebre. Tarea de la que se encargaban los niños pero solamente de
los animales y el paisaje. Los personajes protagónicos, José, María y los Reyes
Magos, le correspondían a una de las tías o incluso a mi abuela Lola. La razón:
delicadas estatuillas de trapo. Una tradición payanesa, con una multitud de
personajes comprados a su misma creadora Doña Emérita Malo y centro de toda la
admiración de los asistentes a la Novena.
Hoy entiendo la angustia de los mayores con la
torpeza de las manos de los jóvenes, ya que cada una de ellas es una pieza
única, una verdadera obra artesanal. Delicados rostros e impecables vestimentas
de seda, gaza y tul calzando diminutas alpargatas. Las más imponentes para mi
eran los militares a caballo, una banda de músicos y un diablo rojo. En efecto,
una interpretación particular del nacimiento de Jesús, pero la política no
podía ser ajena a la noble tradición de la ciudad blanca.
Después de leídas las “Consideraciones” las
cuales insisto, superaban mi vocabulario y entendimiento por ser una niña de
siete u ocho años, llegaba el momento de cenar.
Sin duda, las viandas preparadas para el 24
eran las más exquisitas. Empezábamos con empanadas de pipián y ají de maní.
Después pavo, encurtido, ensalada de papa con apio y zanahoria. Y culminaba el
festejo con la aparición de una suculenta bandeja de NocheBuena. Un postre fuera
de todo concurso culinario: doradas rosquillas y esponjosos buñuelos, hojaldre crocante,
almíbar al punto, manjarblanco, limón y papayuelas en conserva. Una bomba de
dulce que producía más que hiperactividad en los menores de edad.
Pero esas no eran las angustias de la época. Lo
que queríamos todos era compartir. Eso incluía cantar destemplados los villancicos
con adultos que tenían en una mano un
cigarrillo sin filtro y en la otra un volador. En efecto, tal vez tenían menos consciencia del
peligro que implicaba tal malabarismo pero dedicaban mucho más tiempo para
disfrutar esas fechas con sus hijos y nietos.
La Novena de mi nostalgia tiene olor a musgo,
ovejas de algodón, el ritmo de maraca de “A la Nanita Nana”, chirimías, pólvora,
zapatos recién lustrados, regalos, los llantos a la Popayán que fue, sabor a brevas
y a familia. Y si al escribir estos recuerdos lejos de Colombia vuelvo a sonreír
sacando la Novena de un cajón, me pregunto cuáles serán las tradiciones que le
heredaremos a mi sobrina Laura de tres años. La generación que nació en Popayán
ya no está con nosotros y la distancia geográfica de los familiares entristece
a los mayores.
Pedido por el diario El Tiempo de Colombia, el recuerdo de mi Novena.
ResponderEliminar