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martes, 1 de abril de 2014

Acido en la cara no es machismo es un crimen

01/04/2014

María Camila Morales

Hace pocas semanas, América Latina se unía a las celebraciones del día de la mujer. Conferencias, mensajes en las redes sociales, regalos, flores y hasta canciones dedicadas a la fuerza de “ellas”.

No puedo dejar de pensar que es una gran hipocresía unirse a los festejos de una realidad que no existe, especialmente en nuestra región.

Más que un día para reconocer el valor de las mujeres en la sociedad, es otro producto de marketing para tranquilizar conciencias. Un día de índices de violencia y de discriminación pero que olvida las humillaciones y desprecio que viven diariamente millones de mujeres latinoamericanas.

Con tristeza, hay que reconocer, la palabra “femicidio”  tuvo que ser incluida en los diccionarios ante los asesinatos (impunes) de miles de mujeres, no solamente en México y Guatemala sino en toda América Latina. Un delito particular, que tendría que avergonzarnos. Además, hoy más que nunca, la misoginia no es un delirio de las feministas sino una actitud aplaudida por sectores extremos que gobiernan (y se expanden).

El odio a la mujeres, como toda crueldad contra un grupo particular, tiene sus derivados. Ahora en América Latina, el ácido es una nueva forma de recordarnos, que para más hombres de los que nos imaginamos, las mujeres son objetos cuyos propietarios son salvajes.

Natalia Ponce de León (33 años) es una de las últimas víctimas de dicho horror. En Bogotá, el jueves 28 de marzo, al parecer un pretendiente que ella había rechazado, le lanzó (o un sicario) ácido en su cara y luego huyó cobardemente después de dejarle 37% de su cuerpo quemado.

Un acto de barbarie que tendrá, suponemos y esperamos, su respectivo castigo. Pero si sucede, será gracias al cubrimiento  que los medios de comunicación locales han realizado.

La ley en Colombia del 2013, contempla penas hasta de ocho años de cárcel. Una sanción blanda e indignante cuando se sabe que la condena dependerá de “la “deformidad” infligida a la víctima.

El ácido tendrá que añadirse así a los cotidianos crímenes contra las mujeres que incluyen: golpizas, violaciones, amputaciones y prostitución forzada (entre otros). Porque según destaca la Onu, los hombres atentan contra las mujeres no solamente físicamente sino psicológica, económica y sexualmente.

América Latina, describen los analistas, es machista y perpetúa los modelos culturales del varón dominante a través de la televisión (novelas), las políticas de Estado (congresistas y senadores que deciden sobre el cuerpo de la mujer) y la economía (desigualdad salarial).

Pero el machismo, más que un comportamiento costumbrista histórico es inconsciencia social agravada por la falta de educación y de voluntad de cambio. Enseñar desde una temprana edad la igualdad entre hombres y mujeres es el primer paso para evitar más tragedias.

Las mujeres podrán seguir su combate por la igualdad. Sin duda  demostrarán día tras día que tienen las mismas capacidades y merecen los mismos salarios y cargos que los hombres.  Y cada vez que una de ellas salga elegida como presidenta, ministra o Premio Nobel mejorarán las estadísticas.

Sin embargo, los esfuerzos no pueden ser únicamente del lado de las mujeres. Los hombres tienen que asumir la responsabilidad de sus actitudes sociales, laborales, sexuales y familiares frente a las mujeres. La ley debe ser implacable contra ellos al presentarse cualquier comportamiento agresivo.

¿De qué le sirve a América Latina proclamar que avanza en su extraordinario futuro tecnológico lleno de prosperidad cuando a más de la mitad de su población la sigue viendo como el “sexo débil”?

Un ataque con ácido contra una mujer no debería ser un tema “a tratar” en las páginas femeninas de los diarios y revistas. Tampoco los “me gusta”” en las redes sociales son suficientes para generar reacciones de repudio masivo contra el machismo y la misoginia en  las sociedades de América Latina.


Las protestas en nombre de Natalia (y todas las demás víctimas) ameritan ser lideradas en la calle y en los Congresos por aquellos hombres que entienden que las mujeres se respetan porque existen, no porque son “diferentes”.